DAVIVIENDA «UN BANCO PARA LA HISTORIA»

AQUI LO TIENE TODO

EFRAIN FORERO

Dr. EFRAIN FORERO

HISTORIA DEL BANCO DAVIVIENDA S.A.

La Casita Roja de Davivienda fue inspirada por el cuento infantil “Hansel y Grettel”, en el que existía una casita amable en el bosque en donde se recibía a todo el mundo.

En mayo de 1972, en el gobierno del Dr. Misael Pastrana Borrero, se expidieron los decretos 678 y 679 por medio de los cuales se creó el sistema colombiano de valor constante. A través de este sistema, los ahorradores además de conservar el valor de su dinero a través del tiempo, a pesar del aumento del costo de vida podían obtener, al mismo tiempo, un rendimiento o interés, que le permitía a las instituciones financieras realizar préstamos para vivienda a largo plazo. Para el manejo de este sistema, se creó una unidad de cuenta que se denominó Unidad de Poder Adquisitivo Constante – UPAC (Unidades de Poder Adquisitivo Constante), nombre que resume la filosofía del sistema. Con esta base legal, se iniciaron los estudios para  la creación de una Corporación de Ahorro y Vivienda. El equipo de trabajo se integró con la participación del Banco de Bogotá, Seguros Bolívar y Colseguros.  En Agosto de 1.972, se crea la entidad bajo el nombre de «Corporación Colombiana de Ahorro y Vivienda – Coldeharro» organizada conforme las normas legales de la República de Colombia. Sin embargo, el 30 de enero de 1973, la entidad cambia su nombre por el de «Corporación Colombiana de Ahorro y Vivienda – DAVIVIENDA». El acta orgánica de DAVIVIENDA fue aprobada por la Superintendencia Financiera el día 4 de octubre de 1972, por medio de la resolución 2798. La Corporación Colombiana de Ahorro y Vivienda – DAVIVIENDA, abrió puertas al público el 15 de Noviembre de 1972, con su oficina principal en la Carrera 10 No. 14 – 47 en el edificio del Banco de Bogotá y simultáneamente en las oficinas del Banco de Bogotá del 7 de Agosto, Chapinero y Restrepo; en Medellín en la Oficina Parque Berrio; en Cali la Oficina de Plaza Banco Davivienda Caicedo y en Barranquilla la Carrera 14.El inicio de operaciones se hizo con un capital autorizado de 60 millones de pesos, 23 funcionarios y como símbolo la «Casita Roja».

Fueron 25 años en los que la Corporación Colombiana de Ahorro y Vivienda DAVIVIENDA, mantuvo su liderazgo y ocupó primeros lugares dentro del sector financiero Colombiano, innovando con productos y servicios, El 29 de julio de 1997, mediante Escritura Pública No. 3890, otorgada en la Notaría Dieciocho del Círculo Notarial de Bogotá, se protocolizó el proceso en virtud del cual la Corporación Colombiana de Ahorro y Vivienda DAVIVIENDA se convierte en Banco de carácter comercial bajo el nombre de Banco DAVIVIENDA S.A.

A partir de ese momento se maneja un nuevo concepto publicitario Banco DAVIVIENDA «Aquí lo  tiene todo», conservando su imagen de entidad joven, dinámica, eficiente, líder  en tecnología y sin olvidarse en ningún momento de hacer día a día más y mejores «Ahorradores Felices».

«DAVIVIENDA UN BANCO INNOVADOR»

A través del tiempo DAVIVIENDA se ha caracterizado por ser una entidad financiera líder en innovación y tecnología, brindando a toda la sociedad mundial una nueva forma de ver a un BANCO, Desde 1979 la agencia de publicidad Leo Burnett está encargada de la marca y campañas de Davivienda. La campaña del ‘lugar equivocado’ nació en 1994, y durante 16 años han sido los creadores de magníficos comerciales de televisión como se pueden observar a continuación:

  • Vestier – 1994

En el mundial de fútbol, Estados Unidos 94, salieron al aire dos referencias de comerciales como parte de la gran campaña de publicidad de Davivienda. “Los presidentes de otros bancos les parecía increíble que Davivienda hubiera sacado el comercial, eso rompió el esquema de publicidad en las entidades financieras”, director de cuenta hasta 2009, Felipe Afanador. Y En este año la empresa lanzó la campaña del ‘lugar equivocado’.

  • Perro – 1995

En este comercial, después de que la toma había salido con éxito, la persona que daba la orden de ataque al perro se había escondido detrás de una puerta y el pastor alemán no alcanzó a escuchar la orden que suspendía el ataque, por lo tanto el animal casi muerde al protagonista del comercial.

  • Viejito – 1999

En la sala de juntas decidiendo el material que le iban a llevar al cliente, vieron uno en el que habían unas bailarinas y una de ellas era hija de un señor del público. Por lo fuerte no pasó, en cambio el del viejito tenía el tono perfecto. Después una señora dijo que le habían copiado la idea porque, según ella, conocía a alguien que había vivido esa situación.

  • Llamas – 2000 

El vicepresidente creativo de Leo Burnett, Germán Estpitia, cuenta en el Libro Rojo que este comercial fue una solicitud del ‘lugar equivocado’ nació porque un amigo de él estaba fumando y le pidió candela y no tenía. En ese momento se iluminó y salió el tema de las llamas. La risa unánime fue la aprobación de su propuesta.

  • Embarazada – 2002

El director creativo, Mauricio Sarmiento, dice que muchas ideas que ahora se le vienen a la cabeza no las puede implementar porque ya se usaron. “Toca, entonces, dar una vuelta más larga y pensar mucho más para no repetir lo que han hecho durante tantos años acá en la Agencia”, agregó. ‘El lugar equivocado’ se convirtió en un activo imprescindible del capital de la marca Davivienda y en un elemento clave de su visión del negocio.

  • Subcampeones – 2008

“En este negocio la renovación es una cosa muy peligrosa. Hay que refrescar, pero no matar una campaña de la noche a la mañana”, escribió en el Libro Rojo el gerente general de la agencia hasta 1994, Juan Manuel Hernández.

  • El corresponsal – ‘Bebida fermentada’ – 2010


Esta campaña fue realizada para lanzar durante el mundial de fútbol Sudáfrica 2010. Una serie de 24 comerciales que por su impacto en los medios digitales se convirtió en el fenómeno publicitario del año.

POR: GERMAN ZAMBRANO E INGRID PAJOY


UNA HISTORIA UN POCO OBSESIVA.

Claudia consultó su ejemplar de Viajes por el Scriptorium. No recordaba el nombre del protagonista. Eso era, Mr. Blank. De pronto, una nota manuscrita se desprendió del libro.

“No me olvides. Siempre te querré. Mario”.

Claudia se estremeció. Hacía cuatro meses desde el fatal dictamen médico.

“Nada de quimioterapia. Es desnudar a un santo para vestir a otro”, dijo Mario.

Claudia le perdonó sus recurrentes infidelidades. Las discusiones provocadas por el asfixiante y posesivo carácter de su marido se esfumaron. El diagnóstico dio paso a semanas de indescriptible ternura.

“Señora Basco, sólo la quimioterapia puede salvar a su marido”.

Mario no cedió y la tierra se lo tragó. Y así, de pronto, Claudia se liberó de sus adulterios. Él cataba de cualquier mujer y en cambio, ella, al regreso de una breve ausencia, debía pormenorizar dónde había ido, con quién había estado, con quién había hablado. Claudia debió acostumbrarse a vivir sin aquella estrecha vigilancia. No le resultó fácil. Pero a medida que el tiempo transcurría, sus pupilas adquirían un mayor brillo.

Y, de pronto, a principios de julio, aquel mensaje.

Un respingo. Claudia se percató de que tal vez aquélla no era la única misiva que Mario escribió. Lo conocía bien. Era tenaz, incansable, asediante. Escaneó la biblioteca con la mirada. La cabeza le dio vueltas. Extrajo varios libros y aireó sus hojas. La segunda nota brotó de Travesuras de la niña mala y aterrizó sobre la moqueta.

“¿Has entregado a alguien tu corazón? ¿Con tanta rapidez olvidas cuanto te di? Desde el infinito aún te ama, Mario”.

Presa de la histeria, vació todos los volúmenes.

Una hora después, yacían desdobladas sobre el suelo cuarenta y una maquiavélicas notas programadas para los siguientes años y que habían llegado a su destino en una sola tarde. Claudia las quemó y se duchó. Agua templada al principio; luego, gradualmente, más fría; al final, casi helada. Pasó la noche en el sofá, junto a la terraza abierta, la canícula era insoportable.

Por fortuna, Claudia recobró el ánimo en pocos días. La segunda semana de julio conoció a César. Todavía no estaba segura, pero algo le decía que debía concederle una oportunidad. No podía juzgarlo por el mismo rasero que a Mario.

Y entonces, lo insospechado. Una mañana, su correo electrónico dio paso a seis mensajes nuevos. En la bandeja de entrada, en negrita, bajo la barra que indica el emisor, constaba, para su perplejidad, el nombre de Mario Basco. Asunto: “¿Cómo estás?”.

No podía creerlo. Sus propios ojos habían certificado el viaje a dos metros bajo tierra. ¿Quién enviaba ese correo? Temblorosa, hizo doble clic sobre el mensaje.

“Querida Claudia: Como debes de suponer, escribí este correo tiempo atrás. Imagino que te habrás deshecho de todas las notas que escondí y que ahora luchas por esfumarme de tus recuerdos. Cuidaste bien de mí los últimos meses. Pero fue porque tenía fecha de caducidad. Durante mi agonía confundiste el amor con la compasión. Es posible que a estas alturas alguien se haya enamorado de ti. Sólo quiero que sepas que, esté donde esté, no te olvido. Mario”.

Claudia hundió la cara entre las manos. No se había repuesto aún de la impresión que produce ver entrar un mensaje en tiempo real de un ser ya fallecido. Era absurdo, pero necesitaba desahogarse. Presionó sobre el icono de responder: “Te lo ruego, Mario. Te di mi amor y mi sufrimiento. Dame tú ahora la libertad”.

El mensaje llegó a algún lejano servidor desde el cual Mario programó aquel primer correo y todos los que le sucedieron, a razón de tres por día. Claudia respondió algunos; otros, los borró sin abrirlos.

Esta vez, le llevó más tiempo superar la brutal embestida digital. Cualquier correo electrónico de origen desconocido, un papel con un recado escrito por ella misma y olvidado, o cualquier carta sin remitente la desarmaba. Incluso la propaganda comercial, arrugada en el buzón, se convirtió en amenaza.

Claudia decidió cancelar su dirección de correo electrónico y le pidió a César interrumpir sus citas durante un tiempo.

El 22 de julio, día de su cumpleaños, recibió un ramo de flores, pagado y programado con anterioridad, tarjeta incluida (“Por muchos años”, decía). Bajó a tirar las flores a un contenedor y deambuló por la ciudad. Se sentó en una terraza de verano. Algo vibró en su bolsillo. El móvil sonaba. Lo sacó y consultó la pantalla: “mario.móvil”. Claudia profirió un grito ahogado. No pensó en eliminar su número de la agenda del Nokia. El timbre insistía. “¿Cómo puede llamarme desde el infierno?” Cayó en la cuenta de su paranoia. Debía de ser Julia, la madre de Mario. Habría conservado la línea de su hijo.

“Sí, claro, es su madre. Tranquila, Claudia, responde”.

Tragó saliva para fingir normalidad:

-¿Diga?

-Hola, Claudia. Ahora mi voz refrescará tus recuerdos. ¿Cómo estás? Supongo que habrás cancelado tu dirección de correo electrónico. Te conozco bien y sé que me habrás respondido más de un mail. En fin, espero que las flores te gustasen. Tulipanes blancos, como siempre. Esta primera llamada será breve. Debemos ir despacio. Quiero que sepas que mi buzón de voz está activado para los próximos treinta años. Llámame. Estoy seguro de que desde lo desconocido podré escucharte.

Claudia colgó. Respiraba de forma entrecortada. “Es una grabación, sí, seguro que es una grabación”. Devolvió la llamada y escuchó:

“Éste es el buzón de voz de Mario Basco. Fallecí en la primavera de 2008. La ciencia no ha negado que pueda oír tu mensaje. Si deseas intentarlo, habla tras la señal”.

Le sollozó al buzón:

-Mario, déjame en paz, te lo suplico. Sufrí tus infidelidades y tu asfixiante prevención de las mías, en que jamás incurrí. Te quise, te odié y ahora sólo aspiro a olvidarte. ¡Déjame vivir, hijo de puta!

Se sintió mejor, a pesar del absurdo mensaje.

Con la lógica que la calma procura, llamó al Servicio de Atención al Cliente.

-Hola señorita, quisiera saber si es posible dejar mensajes grabados con sistema de llamada automática programada a fecha futura.

-Sí -respondió la operadora-, este servicio es para recordar citas, aniversarios o recados a uno mismo o a terceros. ¿Desea activarlo?

-No. Sólo cancelarlos.

-Por supuesto. ¿Están bajo su número?

-No. Corresponden a otro abonado.

-En tal caso, no estoy autorizada.

Claudia meditó unos segundos.

-Se lo ruego. Sólo deseo saber cuántos mensajes me serán enviados desde el número de mi marido. Falleció.

La operadora dudó, pero la voz al otro lado era demasiado angustiosa.

-Le daré el total, pero sólo eso porque esta operación no está permitida. (…) Dígame el teléfono de su marido (…) Un momento (…) Sí, hay mil ciento treinta llamadas y cuatrocientos doce SMS programados (…) ¿Oiga? ¿Oiga? (…)

Claudia se encerró en casa durante el resto del verano y dio de baja su línea de móvil. También la del teléfono fijo, por donde recibió aquel agosto cuarenta llamadas desde ultratumba. No abrió las cincuenta cartas selladas de Mario, cuya sola presencia sobre la mesa del vestíbulo la colapsaban desde primera hora de la mañana. No permitió el paso a nadie. Ni siquiera a César, quien le pasaba alimentos a través del espacio que la cadenita de seguridad de su puerta dejaba. “Abre la cadena, Claudia, por favor”. El psiquiatra le recomendó a César que no insistiese y que, desde el rellano, le hablase para, poco a poco, ablandar su ostracismo.

“Comunicación. Mucha comunicación. La comunicación es lo único que puede salvarla”, le aseguró.


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